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Doña Erseli Carderón, de 60 años, es madre de ocho hijos, los cuales actualmente contribuyen para darle una nueva casa Hábitat.
Humanidad Guatemala para darle una nueva casa a su madre. Dicha casa la compartirá con uno de sus hijos y su nieto Lenin, de 5 años.
Desde hace más de 20 años, doña Erseli junto a su esposo, compraron un terreno, en el cual comenzaron a construir su casa. Sin embargo, con el paso de los años la familia fue creciendo y su vivienda no pudo ser terminada, por lo que poco a poco se fue deteriorando. A esto se sumó el fallecimiento de su esposo, por lo cual doña Erseli optó por ir a vivir en la casa de uno de sus hijos.
Entonces, sus hijos decidieron que era el momento de brindar a su madre, un vivienda propia y digna. «Toda mi vida soñé con tener una mejor casa, y ahora se ha convertido en realidad», comenta doña Erseli.
Al inicio de la construcción, doña Erseli y su familia recibieron la ayuda de un grupo de voluntariado internacional, “fue agradable compartir con ellos y nos ayudaron mucho en la construcción”, dice sonriendo doña Erseli, quien aprovechó la oportunidad para compartir con los voluntarios un platillo tradicional guatemalteco.
Ana María (38) y Antonio (36) han estado casados por 20 años y viven con sus cuatro hijos, Clara Luz (16), María Magdalena (14), Darwin (9) y Carolina (7) en Argueta, Sololá. Todos los niños van a la escuela, mientras que Ana María se encarga de las tareas de la casa y Antonio ejerce su oficio de carpintero.
Durante los últimos 12 años, Ana María y su familia vivieron con los padres de Antonio, donde solo había un ambiente para ellos. La falta de espacio era una constante molestia para Ana María: «A veces mi familia me quiere para venir a visitar, pero no teníamos un lugar para recibirlos correctamente. » El tamaño de la casa no era la única preocupación: «El techo era demasiado viejo y el agua y el polvo se filtraba todo el tiempo. Los niños estaban siempre enfermos «, recuerda Ana María. La casa no tiene electricidad. Ana María cocinaba afuera con leña.
A medida que los niños siguieron creciendo y dedicándose a estudiar, a Ana María le dolía verlos apiñados en la pequeña habitación haciendo sus deberes, por lo que empezó a buscar una solución.
Un día, mientras caminaba por la comunidad, Ana María se dio cuenta de que un vecino con similares recursos económicos había construido recientemente una casa nueva y hermosa. Después de detenerse a preguntar cómo había sido capaz de construir, el vecino le dijo a Ana María que fuera a la oficina local de Hábitat. Impresionados por los cómodos pagos mensuales y el corto tiempo de construcción ofrecido por Hábitat, la pareja decidió seguir adelante con su solicitud, que fue aprobada rápidamente. Tan sólo dos meses después, Ana María y su familia ya vivían en su casa propia.
Ana María difícilmente puede contar todas las formas en que sus vidas han cambiado gracias a su nuevo hogar Hábitat. Los diferentes ambientes y disponibilidad de espacio se han traducido en paz mental y felicidad para todos. «Es que es tan diferente», comienza la sonrientes madre y mujer, «Ahora tenemos espacio para alojar mi familia y los niños pueden volver a casa a estudiar y jugar en paz.» Ella es también una orgullosa propietaria de una nueva cocina y está agradecida de que con ella ya no tendrá que sufrir como cuando cocinaba fuera de la casa. El techo nuevo también ha sido una bendición: «Ahora no tiene que preocuparse por el polvo y el agua que entra y que los niños se enfermen», dice Ana María y agrega que su esposo tiene previsto instalar machimbre.
Durante la construcción de la casa, la familia contó con la ayuda de un grupo de voluntarios extranjeros de la empresa Thrivent. Ana María dice que su marido estaba asombrado de que el equipo viajó hasta Sololá para ayudarlos a realizar su sueño. «Los niños todavía recuerdan los partidos de futbol que tuvieron con el grupo y extrañan la atención extra que les dieron». Ana María todavía piensa a diario sobre lo mucho que los voluntarios les ayudaron y lo duro que trabajaron. Es gracias a su arduo trabajo que esta familia pudo pasar sus fiestas de fin de año en la comodidad de su nuevo y precioso hogar, sin duda el mejor regalo que podría haber recibido.
Carlos y Silvia viven en las afueras de la ciudad de Quetzaltenango con sus tres hijos. Carlos trabaja en una imprenta y Silvia vende ropa en el mercado. Su casa tiene cuatro ambientes. Hay dos dormitorios separados por una ventana para que Silvia y Carlos puedan cuidar a los niños. Sus hijos mayores, Styven, de 10 años, y Rocío, de 7, van a la escuela y Stefanie, de dos meses de edad, permanece con su madre en el trabajo o en la casa.
Esto no siempre ha sido así. Durante casi diez años, debido a cuestiones económicas, Carlos y Silvia vivieron separados: él con su madre y su hermana, y ella en la casa de su padre con los niños. Con el pasar del tiempo fue creciendo el malestar por esta situación; después de todo, ellos eran una familia y debían estar juntos. En el 2012, con un bebé en camino y casi una década de vivir en hogares diferentes, Carlos y Silvia decidieron que era necesario cambiar. “Antes nosotros simplemente no pensamos que [construir un hogar] fuera posible”, dice Carlos. Ahora la pregunta era: ¿Cómo hacerlo?
El «boca en boca» es una de las mejores formas de publicidad de Hábitat para la Humanidad Guatemala, y en este caso fue eso precisamente lo que ocurrió: el hermano de Carlos se enteró de la organización por un compañero de trabajo que tiene una casa Hábitat y les recomendó que fueran a la oficina local. Para cumplir con los requisitos, la madre de Carlos les dio un terreno y en menos de seis semanas estaban listos para empezar la construcción. “Todo fue tan rápido”, recuerda Silvia.
Construir la casa solo tomó 28 días. El proceso se agilizó gracias al apoyo de un grupo de voluntaries de Habitat for Humanity de Denver, Colorado. «Ellos ayudaron a nivelar el terreno y a mover los materiales hasta el sitio», explica el padre de Silvia impresionado. Con una sonrisa, agrega: «Nos ahorraron mucho tiempo de construcción… si no, ¡todavía estaríamos construyendo!»
Nevin y su esposa, Rosdales, viven en la aldea Candelaria Siquival, San Antonio Sacatepéquez, San Marcos. La casa que lograron construir con ayuda de Hábitat Guatemala quedó severamente dañada cuando, en medio de la copiosa lluvia, dos árboles cayeron sobre el techo, consecuencia de la tormenta tropical E12, que afectó al país en octubre de 2011.
“El techo y el machimbre se rompieron”, recuerda Nevin, “y la lluvia se entró a la casa”. A la mañana siguiente, Nevin fue directamente a la oficina del Afiliado San Marcos a pedir apoyo.
Un ingeniero fue a evaluar los daños y determinó que era necesario reparar gran parte del techo. Por medio de un fondo de emergencias, Hábitat Guatemala, pudo cubrir el costo de la reparación.
“Las reparaciones se hicieron muy rápido, me siento muy agradecido por la ayuda que Hábitat nos dio” expresa Nevin. Como precaución él y su familia cortaron otros árboles que se encontraban demasiado cerca de la casa.
Mayela, William y sus dos hijas, Luisa y Ariani, viven en su nueva casa de Hábitat, en la colonia La Esperanza, Escuintla. Durante muchos años ellos tuvieron que alquilar porque no tenían casa propia.
Hace unos años William se enfermó y tuvieron que mudarse a la casa de la madre de Mayela, en donde vivían ocho personas y no era nada cómodo.
“Yo deseaba mucho tener mi propia casa”, cuenta Mayela. Ella compró un terreno hace seis años pero nunca tuvieron la oportunidad o los fondos para construir. “Intentábamos, pero nunca era posible” explica.
Por casualidad, Mayela habló con alguien que ya tenía una casa de Hábitat y al enterarse que los intereses serían menores a los de un banco decidió ir a la oficina. Pidió su solicitud y en poco tiempo pudieron empezar a construir.
“Esto es muy bueno porque es nuestra propia casa, cuando estábamos en la casa de otros no era igual” dice Mayela, quien ahora puede dedicar más tiempo a su familia, porque cuando vivían con sus padres ella cocinaba y limpiaba para ocho personas.
La construcción tomó tan solo cinco semanas. Aunque tuvieron que esperar un par de meses para que les conectaran la energía eléctrica, finalmente pudieron mudarse. Ahora la familia cuentan con dos dormitorios, un comedor y una cocina. Lo mejor de todo es que todos esos espacios son de su propiedad.
Conoce a Viviana Muñoz Ruiz, Psicóloga Comunitaria Profesional, quien forma parte del primer equipo de voluntarios de Fundación América Solidaria (organización que se encuentra en siete países de América del Sur y del Caribe) en Guatemala. Su proyecto: Huertos Comunitarios y Familiares de Autoconsumo en la aldea de Macalajau (municipio de Uspantán, Quiché).
MEJORAR LA CALIDAD DE VIDA DE MACALAJAU
Viviana Muñoz está encargada de promover y dinamizar la articulación social y comunitaria para la adecuada implementación de este proyecto que se realiza en conjunto con Hábitat para la Humanidad Guatemala. Le acompañan sus compañeros de trabajo Luis Muñoz Cabrera y Fernando López Camajá. Este trío hace viable el desarrollo de los huertos gracias a su compromiso con la comunidad k’iche’ que se ubica a 30 minutos de San Miguel de Uspantán. El objetivo del proyecto es mejorar la calidad de vida de las familias mediante una alimentación más sana gracias a las diversas especies de vegetales que ya crecen en el Huerto Comunitario y pronto serán también sembrados en los Huertos Familiares. Debido a la difícil economía familiar, las comidas diarias son principalmente frijol y maíz, lo cual contribuye a la desnutrición infantil que existe en la comunidad.
Para la implementación se contemplaron fases, la primera consistió en un diagnóstico psicosocial. Estos datos cualitativos arrojaron respuestas específicas en cuanto a las necesidades de las familias. En este proceso, el trabajo de Fernando López Camajá, oriundo de Uspantán, fue esencial para determinar la realidad del sector.
A partir de esto se iniciaron visitas a cada una de las casas, las cuales demandaban tiempo y buen estado físico debido a la lejanía que existe entre los hogares. Gracias a esto se logró construir un lazo de respeto y cercanía con las familias, lazos que son vitales para lograr grandes cambios. La segunda etapa coordinó la movilización de 63 familias, organizándolos por sectores con 17 representantes, encargados de las convocatorias comunales, el cuidado y control de las herramientas y la coordinación de las familias para la mantención de la huerta comunitaria.
El modelo de organización facilitó la planificación de acción para Viviana. En junio de este año se realizó la construcción del Huerto Comunitario mediante una técnica ancestral de terrazas incas que cuenta con un sistema de recolección de lluvia, lombricompostera, abonera y una variedad de vegetales sembrados. La construcción contó con el apoyo de dos asesores técnicos expertos, Gabriela Lucas de CIASPE México y Alberto Pizarro de FOSIS Chile, quienes viajaron para enseñar las técnicas a la comunidad.
EL CAMBIO SOCIAL POSITIVO
Su trabajo facilita la articulación social y comunitaria para que, posteriormente, sus compañeros puedan implementar técnicas para la adecuada implementación de huertos. Actualmente se encuentran en la construcción de la matriz diagnóstica, trabajo que no hubiera sido posible sin el apoyo de los practicantes Antonio Chic y Gilberto Yat. Actualmente se comenzará la preparación para los huertos familiares y en octubre comenzarán las capacitaciones de hábitos alimenticios.
Viviana Muñoz Ruiz está dedicada 100% a su trabajo en la Fundación y a la finalización del proyecto. Es evidente que su trayecto está ligado a proyectos sociales y que a través del voluntariado seguirá promoviendo consciencia social y gestionando actividades que movilicen a la sociedad. Esta psicóloga está convencida que no se puede vivir indiferente ante la desigualdad de oportunidades y que el deseo de cambio no es suficiente, la acción es necesaria. Finaliza aseverando “las transformaciones no llegan golpeando la puerta de nuestra casa para invitarnos a un cambio social positivo, tenemos que ser partícipes de la realidad para entenderla y desde ahí, con participación, abrir espacios que permitan construir nuevos senderos de posibilidades.”
CRECER EN UN AMBIENTEDE VOLUNTARIADO
Viviana Muñoz Ruiz nació y creció en Valparaíso, Quinta región de Chile. Ésta es una de las ciudades con la tasa más alta de cesantía y vulnerabilidad social del país, con respecto a esto afirma “me atrevería a decir que no existe porteño que no haya pasado por al menos un día de precariedad”. La chilena retrata un paisaje de voluntariado espontáneo en su región, determinante para su labor actual. Sus padres son responsables de su laboriosidad en gran parte, ambos fueron siempre “empáticos con el dolor ajeno” y desde muy pequeña gracias a ellos estuvo involucrada en el servicio al otro. Se negó quedarse con los brazos cruzados ante la injusticia social.
Los e studios de Viviana también son determinantes, su formación como psicóloga en la Universidad del Mar le permitieron acercarse a otras realidades, esas donde la dureza de la vida alcanza a personas que solo se conocen a través de los noticieros. Bajo la tutela de excelentes docentes como María Teresa Almarza, Cecilia Alarcón, Arturo Pérez Verde-Ramo y Álvaro Venegas, obtuvo una formación que unía teoría, trabajo y pasantías, vinculados a escenarios sociales que pasaban dificultades. Este momento de su vida fue fundamental para reforzar sus raíces e impulsarla a tomar nuevos retos con una mejor preparación.
INVOLUCRADA EN ESCENARIOS SOCIALES
Realizó su práctica profesional en 2008, en el Taller de Acción Comunitaria –TAC–, organización social que vela por la dignidad y mejora de la calidad de vida de familias del cerro Cordillera de Valparaíso y los alrededores. Esta institución realiza un amplio trabajo, desde refuerzo de identidad local, asociatividad, reapropiación de espacios públicos, hasta educación ambiental y personal. Su trabajo consistió en intervenciones psicosociales principalmente con escuelas de los cerros Cordillera, Alegre y Florida. Además, junto a su compañera Verónica García Cid diseñó, planificó y ejecutó talleres para mujeres en situación vulnerabilidad social.
Como practicante reforzó su conocimiento y su espíritu de voluntariado, tanto que recalca “es uno de los pocos lugares que trabajan en coherencia con el discurso de construir una vida mejor. La comunidad, sus voluntarios y fundadora, la Sra. Patricia Castillo, tienen hasta el día de hoy mi respeto y un profundo cariño.” Posteriormente y de acuerdo al desarrollo de su Tesis Profesional se involucró en un estudio investigativo, de nuevo junto a García Cid, acerca del proceso de duelo en miembros de familias con un integrante víctima de homicidio que asistieron a terapia psicológica en el Centro de Atención a Víctimas de Delitos Violentos de Viña del Mar –CAVI–, contando con apoyo del psicólogo de esta institución, Carlos Bravo.
Después del CAVI regresó al voluntariado, durante 2009 y 2010 formó parte de la fundación Un Techo Para Chile –UTPCH–, en donde trabajó talleres de desarrollo personal, pérdida y duelo con un grupo de mujeres del Campamento El Vergel del Cerro La Cruz de Valparaíso. Esto fue interrumpido por la situación que vivía el país. El terremoto y tsunami del 27 de febrero de 2010 dejó 524 víctimas mortales, 2 millones de damnificados e incremento en 1.4% la escasez de recursos, razón que la llevó a involucrarse en la ONG Psicólogos Voluntarios de Chile –PVCH–. Con esta organización viajó al sur de Chile para la reconstrucción física y emocional de la comunidad Curepto en la sétima región de El Maule. En conjunto a otros colegas y voluntarios, se encargaron del diagnóstico psicosocial del sector de Cancha Rayada, intervención en crisis, promoción y fortalecimiento de redes sociales, contención y psicoeducación.
En 2011 y 2012 se desligó del voluntariado para invertir tiempo en su crecimiento profesional como psicóloga en la Dirección de Desarrollo Comunitario de la Ilustre Municipalidad de Paine, Santiago. Fue la encargada de entrevistas y construcción de informes psicolaborales, apoyó al emprendimiento y a la inserción e inclusión laboral de personas privadas de libertad, discapacitados y drogodependientes. Posteriormente también se desempeñó como jefa de operaciones en el Organismo Técnico de Capacitación –OTEC–.
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